Monday, June 22, 2009

CUANDO EL NECIO INTENTA LUCIRSE, TERMINA HACIENDO LO CONTRARIO

El regalo frente a cámaras de un ejemplar de Las Venas Abiertas de América Latina al presidente Obama por parte de Hugo Chávez reafirmó por enésima vez la estirpe lumpen del dictador venezolano que, a corto plazo, puede agenciarle el respaldo de la masa, pero que abona más terreno a una segura condena de la historia que lo hundirá eternamente en el desprecio por haber sumido a un país tan rico en el atraso.

Seguramente que la promoción del texto de Galeano, que hasta ahora reporta la nada despreciable bobadita de 78 ediciones, catapultará sus ventas pero ahora encuentra entre los lectores del mundo una actitud y elementos de juicio muy distintos a los de quienes lo leímos en el fulgor de los años setenta.

El ensayo de Eduardo Galeano es considerado por muchos como la Biblia Latinoamericana y, en su momento, fue un adalid contra los regímenes militares de facto que enseñorearon la muerte y la miseria en nuestras geografías. Sin embargo, este retrato de nuestra pudrición apuntaló una apología al radicalismo irresponsable que ayudó a encumbrar dictaduras de izquierda, iguales o peores a las de derecha.

Galeano, entre otros, nos vendió la idea que los culpables de nuestra ignorancia, atraso y corrupción eran los foráneos que llegaban con sus capitales y desangraban nuestros pueblos y sus recursos. Muchos de nuestros congéneres bebieron y se intoxicaron de ese discurso fatalista y apostaron sus vidas a la violencia.

Tarde y a los empujones hemos aprendido que el discurso clasista y las confrontaciones de izquierda contra la derecha y viceversa han pasado a mejor vida. Estamos aprendiendo a enrumbar nuestra convivencia sin anclarnos en enfrentamientos dogmáticos alejados de la tolerancia. La educación moderna favorece la investigación y la reflexión. Los estados modernos promueven el bienestar a través de la creación de riqueza bajo lineamientos claros y confiables. En resumen, el sentido práctico y el interés común han de ser las condiciones esenciales de nuestra convivencia.

Dios permita que en Colombia y en el país hermano podamos acabar la polarización que nos amenaza tan fuertemente. Es hora de apoyar el respeto y el fortalecimiento de las nuestras instituciones.

No prestemos atención a las necedades de nuestros Rosas recargados. Seamos más reflexivos y tolerantes y, seguramente, así suturaremos por siempre los absurdos desangres que la ignoracia y las dictaduras han causado en nuestro continente.

Más le hubiera valido a Chávez haberle regalado el libro a Obama en privado. Al menos eso le habría dado algo de dignidad.

Juan Pacheco Fuentes
Licenciado en Idiomas de la Universidad del Atlántico

Wednesday, February 04, 2009

De la Pluma de Jorge Pacheco





De Príncipe a Mendigo




A continuación les contaré una historia que parece de ficción pero es cierta: Príncipe, el perro de un amigo a quien las vueltas del destino le cambiaron la vida.

Corría el año 93. Alberto quien se desempeñaba como gerente de una pequeña empresa, estaba inquieto debido a que había conseguido un traslado hacia Bogotá, la capital. Todos sus sueños se centraban en gran ciudad debido a que la empresa lo mandaba como pionero en una sucursal allí.

Todos los arreglos se estaban concluyendo. El traslado de la familia, el colegio de los niños, el apartamento en estrato seis donde pensaba vivir, etc.

Alberto conocía a Bogotá, desde siempre la nevera le hacía cosquillas. Era un lugar agradable para vivir, pensaba. No es que le disgustara el calor de Barranquilla, sino que también le atraía el frío de la ciudad capital.

Todo estaba dispuesto para el viaje: tiquetes, traslado, hasta la pequeña miscelánea que mantenía en la casa la había vendido a buen precio a unos amigos que le hicieron el favor de desencartarlo de la misma, pero se olvidaba de algo: de Príncipe, su perro amigo.

Príncipe contaba con una serie de privilegios que cualquier perro envidiaría. No era de alguna prestigiosa raza. Su último dueño decía “basto, enrazado con callejero”, pero era el consentido de la casa.

De cachorro tomaba leche S26 (en ese tiempo la más costosa), la comida era carne de primera y cuando creció le consiguieron una perra con lo cual lo casaron. Como diría alguien: “eso no era vida, era un vidón lo que tenía Príncipe.

Como Alberto tenía una miscelánea, Príncipe era el guardián ya que era muy bravo. Solamente obedecía a Alberto y a José, el asistente de Alberto. Esta cualidad que le merecía todos los privilegios se convirtió en gran desventaja en el momento del viaje ya que no podía darlo a alguien distinto de José.

Bueno fin de la historia. José se quedó como dueño de Príncipe y aquí comenzó el calvario de Príncipe. José era el mensajero de la empresa en donde laboraba Alberto y gran amigo de este. Los fines de semana José pasaba donde Alberto haciéndole arreglos a la casa lo que lo convirtió también en amigo del perro. Lo que único era que José vivía en estrato menos uno, en el populoso barrio El Bosque, cerca de la carretera llamada La Cordialidad.

Bueno Alberto se fue para Bogotá y José heredó a Príncipe. El perro se mudó para su otra casa, muy contento, esperando seguir viviendo el vidón que llevaba… pero…

Cuando Príncipe llegó a la casa supo que debía dejar el mal genio ya que no sabía como eran sus nuevos amos y esperaba caerles bien. Empezó a hacer una inspección de la casa y encontró un cuarto. Este debe ser el mío, pensó… y se fue acostando en la cama como solía hacerlo en donde Alberto. Cuando estaba conciliando el sueño sintió un fuerte golpe en la cabeza, era José a quien no le agradaba ver al perro durmiendo en la cama de sus hijas.

Príncipe no tuvo más remedio que irse para el patio. Muy pronto se llenó de garrapatas. “Bueno, dijo Príncipe, espero que al menos la comida sea buena y valga la pena el cambio”… mala noticia para Príncipe, usualmente el almuerzo en la casa de José era de sopa de hueso y del blanco que no tenía ni pizca de carne y de paso ya estaba ruyido por las personas. Esto hizo que el perro empezara a perder peso. Como el hambre que hace valiente a cualquiera, Príncipe decidió salir a la calle a buscar comida. “Lo que se me atraviese, se dijo, me lo como”. Príncipe no contaba con una fuerte competencia por las pequeñas sobras del barrio y, como no estaba acostumbrado a la pelea callejera, resultó el primer día más mordido que los huesos que le echaban para comer.

Pronto Príncipe se ganó el respeto de los perros de la cuadra quienes ya lo empezaban a ver como un amigo. Cuando no encontraba sobras en la cuadra, Príncipe se iba para la tienda a esperar a que el dueño se descuidara y robarle un pan o lo que estuviera a mano. Una vez cumplida la tarea se daba a la fuga lo cual le sumó puntos en su pequeña banda que ya había formado.

Se diría que todo mejoraba para Príncipe. Ya comía más o menos bien producto de las peleas callejeras o del robo. En cuanto a las relaciones con otras perras, tenía que pelearse el amor de su perra querida a punta de dientes.

Una vez Alberto visitó Barranquilla y decidió visitar a Príncipe. Qué triste se sintió al descubrir que su otrora amigo no era el mismo perro de algunos meses atrás. De aquel perro simpático y gordo no quedaba nada. Cuando Príncipe lo vio se le tiró encima. ¡Casi habló el perro para pedirle que se lo llevara de ahí!

Pero nada, todo fue infructuoso para Príncipe quien pensaba que eso era un sueño y que Alberto vendría a buscarlo algún día.

Con la decepción a cuestas al aceptar que todo lo había perdido, Príncipe se puso a meditar y se dijo, “para vivir así, mejor es no vivir” y tomó la fatal decisión y en un último esfuerzo corrió hacia la Carretera de la Cordialidad. Un camión de carga fue su verdugo.

Wednesday, January 02, 2008

Quizá existan pocos mensajes navideños con un sentir más profundo y querido que aquél escrito por Francis P. Church el 21 de diciembre de 1897, y publicado en la editorial del períodico "The Sun" como respuesta a la carta de Virginia, una niña de 8 años que preguntaba si en verdad existía Santa Claus. Les copio la carta a continuación. Y de todo este manuscrito, guardemos muy especialmente esta frase:

Sólo la fe, el amor, la fantasía, el romance y la poesía pueden descorrer esa
cortina y ver el cuadro de belleza sobrenatural y gloria que está más allá de
nuestros sentidos.

.
Sí Virginia, Santa Claus sí existe!

Querido Editor:

Soy una niña de ocho años de edad. Algunos de mis amiguitos dicen que Santa Claus no existe. Papá me ha dicho: "Si lo ves publicado en "The Sun", es verdadero". Por favor, dígame la verdad, ¿existe Santa Claus?

Virginia O'Hanlon
Calle 85 Oeste, N° 115


Y ésta es la respuesta del editor:


Virginia, tus amiguitos están equivocados. Ellos han sido afectados por la incredulidad de una era escéptica. No creen más que en lo que sus ojos ven. Ellos piensan que aquello que sus pequeñas mentes no pueden comprender, no existe. Todas las mentes, Virginia, sean de hombres o de niños, son pequeñas. En nuestro vasto universo el hombre es un mero insecto, una hormiga, cuyo intelecto no resiste la comparación con el mundo ilimitado que le rodea ni, mucho menos, con la inteligencia capaz de aprender la totalidad del conocimiento y la verdad.

Sí Virginia, sí existe Santa Claus.


Su existencia es tan real como el amor, la generosidad y la devoción, y tú sabes que éstas abundan y dan a tu vida su máximo gozo y belleza.

¡­Caramba! ¡Cuán lúgubre sería el mundo si no existiera Santa Claus! Sería tan sombrío como si no existieran Virginias. No existiría la fe ingenua, infantil; no habría romance ni poesía para hacernos tolerable la existencia. No tendríamos más gozo que el de los sentidos y la vista; la eterna luz con que la infancia ilumina al mundo se extinguiría.

¡­No creer en Santa Claus! Podrías tampoco creer en las hadas. Tú puedes hacer que tu padre contrate hombres para vigilar la chimenea en Navidad y capturarlo, pero aún y cuando no lo vieran bajar, ¿qué probarían? Nadie ve a Santa Claus, y esto no sigfnifica que no exista. Las cosas más reales en el mundo son aquéllas que ni los niños ni los hombres ven. ¿Has visto alguna vez a las hadas danzando en el césped? Por supuesto que no, pero eso no es prueba de que no estén allí. Nadie puede concebir o siquiera imaginar todas las maravillas no-vistas e invisibles que existen en el mundo.

Tú puedes romper la sonaja de un bebé para descubrir en su interior qué es lo que produce el sonido, pero en lo relativo al mundo no visto hay un velo que lo cubre, un velo que ni el hombre más fuerte, ni aún la fuerza unida de todos los hombres fuertes que hayan existido, puede descorrer.

Sólo la fe, el amor, la fantasía, el romance y la poesía pueden descorrer esa cortina y ver el cuadro de belleza sobrenatural y gloria que está más allá de nuestros sentidos. ¿Es todo ello real? Ah, Virginia, no hay en este mundo nada más real y permanente que esta trascendencia.

¡­Qué no existe Santa Claus! Gracias a Dios él vive, y vivirá por siempre. Mil años después de ahora, Virginia, es más, diez mil años después de nuestro tiempo, él continuará alegrando con su espíritu el corazón de los niños.

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La traducción la modifiqué ligeramente a mi gusto. Espero que tengan un diciembre en paz. Juan Pacheco






Francis Pharcellus Church, New York Sun Editor.
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Wednesday, December 19, 2007

Manual para ser niño

Por Gabriel García Márquez

Aspiro a que estas reflexiones sean un manual para que los niños se atrevan a defenderse
de los adultos en el aprendizaje de las artes y las letras. No tienen una base científica sino emocional o sentimental, si se quiere, y se fundan en una premisa improbable: si a un niño se le pone frente a una serie de juguetes diversos, terminará por quedarse con uno que le guste más. Creo que esa preferencia no es casual, sino que revela en el niño una vocación y una aptitud que tal vez pasarían inadvertidas para sus padres despistados y sus fatigados maestros.

Creo que ambas le vienen de nacimiento, y sería importante identificarlas a tiempo y tomarlas en cuenta para ayudarlo a elegir su profesión. Más aun: creo que algunos niños a una cierta edad, y en ciertas condiciones, tienen facultades congénitas que les permiten ver más allá de la realidad admitida por los adultos. Podrían ser residuos de algún poder adivinatorio que el género humano agotó en etapas anteriores, o manifestaciones extraordinarias de la intuición casi clarividente de los artistas durante la soledad del crecimiento, y que desaparecen, como la glándula del timo, cuando ya no son necesarias.


Creo que se nace escritor, pintor o músico. Se nace con la vocación y en muchos casos con las condiciones físicas para la danza y el teatro, y con un talento propicio para el periodismo escrito, entendido como un género literario, y para el cine, entendido como una síntesis de la ficción y la plástica. En ese sentido soy un platónico: aprender es recordar. Esto quiere decir que cuando un niño llega a la escuela primaria puede ir ya predispuesto por la naturaleza para alguno de esos oficios, aunque todavía no lo sepa. Y tal vez no lo sepa nunca, pero su destino puede ser mejor si alguien lo ayuda a descubrirlo. No para forzarlo en ningún sentido, sino para crearle condiciones favorables y alentarlo a gozar sin temores de su juguete preferido. Creo, con una seriedad absoluta, que hacer siempre lo que a uno le gusta, y sólo eso, es la formula magistral para una vida larga y feliz.


Para sustentar esa alegre suposición no tengo más fundamento que la experiencia difícil y empecinada de haber aprendido el oficio de escritor contra un medio adverso, y no sólo al margen de la educación formal sino contra ella, pero a partir de dos condiciones sin alternativas: una aptitud bien definida y una vocación arrasadora. Nada me complacería más si esa aventura solitaria pudiera tener alguna utilidad no sólo para el aprendizaje de este oficio de las letras, sino para el de todos los oficios de las artes.

La vocación sin don y el don sin vocación

Georges Bernanos, escritor católico francés, dijo: "Toda vocación es un llamado". El Diccionario de Autoridades, que fue el primero de la Real Academia en 1726, la definió como "la inspiración con que Dios llama a algún estado de perfección". Era, desde luego, una generalización a partir de las vocaciones religiosas. La aptitud, según el mismo diccionario, es "la habilidad y facilidad y modo para hacer alguna cosa". Dos siglos y medio después, el Diccionario de la Real Academia conserva estas definiciones con retoques mínimos. Lo que no dice es que una vocación inequívoca y asumida a fondo llega a ser insaciable y eterna, y resistente a toda fuerza contraria: la única disposición del espíritu capaz de derrotar al amor.

Las aptitudes vienen a menudo acompañadas de sus atributos físicos. Si se les canta la misma nota musical a varios niños, unos la repetirán exacta, otros no. Los maestros de música dicen que los primeros tienen lo que se llama el oído primario, importante para ser músicos. Antonio Sarasate, a los cuatro años, dio con su violín de juguete una nota que su padre, gran virtuoso, no lograba dar con el suyo. Siempre existirá el riesgo, sin embargo, de que los adultos destruyan tales virtudes porque no les parecen primordiales, y terminen por encasillar a sus hijos en la realidad amurallada en que los padres los encasillaron a ellos. El rigor de muchos padres con los hijos artistas suele ser el mismo con que tratan a los hijos homosexuales.

Las aptitudes y las vocaciones no siempre vienen juntas. De ahí el desastre de cantantes de voces sublimes que no llegan a ninguna parte por falta de juicio, o de pintores que sacrifican toda una vida a una profesión errada, o de escritores prolíficos que no tienen nada que decir. Sólo cuando las dos se juntan hay posibilidades de que algo suceda, pero no por arte de magia: todavía falta la disciplina, el estudio, la técnica y un poder de superación para toda la vida.

Para los narradores hay una prueba que no falla. Si se le pide a un grupo de personas de cualquier edad que cuenten una película, los resultados serán reveladores. Unos darán sus impresiones emocionales, políticas o filosóficas, pero no sabrán contar la historia completa y en orden. Otros contaran el argumento, tan detallado como recuerden, con la seguridad de que será suficiente para transmitir la emoción del original. Los primeros podrán tener un porvenir brillante en cualquier materia, divina o humana, pero no serán narradores. A los segundos les falta todavía mucho para serlo -base cultural, técnica, estilo propio, rigor mental- pero pueden llegar a serlo. Es decir: hay quienes saben contar un cuento desde que empiezan a hablar, y hay quienes no sabrán nunca. En los niños es una prueba que merece tomarse en serio.

Las ventajas de no obedecer a los padres

La encuesta adelantada para estas reflexiones ha demostrado que en Colombia no existen sistemas establecidos de captación precoz de aptitudes y vocaciones tempranas, como punto de partida para una carrera artística desde la cuna hasta la tumba. Los padres no están preparados para la grave responsabilidad de identificarlas a tiempo, y en cambio sí lo están para contrariarlas. Los menos drásticos les proponen a los hijos estudiar una carrera segura, y conservar el arte para entretenerse en las horas libres. Por fortuna para la humanidad, los niños les hacen poco caso a los padres en materia grave, y menos en lo que tiene que ver con el futuro.

Por eso los que tienen vocaciones escondidas asumen actitudes engañosas para salirse con la suya. Hay los que no rinden en la escuela porque no les gusta lo que estudian, y sin embargo podrían descollar en lo que les gusta si alguien los ayudara. Pero también puede darse que obtengan buenas calificaciones, no porque les guste la escuela, sino para que sus padres y sus maestros no los obliguen a abandonar el juguete favorito que llevan escondido en el corazón. También es cierto el drama de los que tienen que sentarse en el piano durante los recreos, sin aptitudes ni vocación, sólo por imposición de sus padres. Un buen maestro de música, escandalizado con la impiedad del método, dijo que el piano hay que tenerlo en la casa, pero no para que los niños lo estudien a la fuerza, sino para que jueguen con él.

Los padres quisiéramos siempre que nuestros hijos fueran mejores que nosotros, aunque no siempre sabemos cómo. Ni los hijos de familias de artistas están a salvo de esa incertidumbre. En unos casos, porque los padres quieren que sean artistas como ellos, y los niños tienen una vocación distinta. En otros, porque a los padres les fue mal en las artes, y quieren preservar de una suerte igual aun a los hijos cuya vocación indudable son las artes. No es menor el riesgo de los niños de familias ajenas a las artes, cuyos padres quisieran empezar una estirpe que sea lo que ellos no pudieron. En el extremo opuesto no faltan los niños contrariados que aprenden el instrumento a escondidas, y cuando los padres los descubren ya son estrellas de una orquesta de autodidactas.

Maestros y alumnos concuerdan contra los métodos académicos, pero no tienen un criterio común sobre cuál puede ser mejor. La mayoría rechazaron los métodos vigentes, por su carácter rígido y su escasa atención a la creatividad, y prefieren ser empíricos e independientes. Otros consideran que su destino no dependió tanto de lo que aprendieron en la escuela como de la astucia y la tozudez con que burlaron los obstáculos de padres y maestros. En general, la lucha por la supervivencia y la falta de estímulos han forzado a la mayoría a hacerse solos y a la brava.
Los criterios sobre la disciplina son divergentes. Unos no admiten sino la completa libertad, y otros tratan incluso de sacralizar el empirismo absoluto. Quienes hablan de la no disciplina reconocen su utilidad, pero piensan que nace espontánea como fruto de una necesidad interna, y por tanto no hay que forzarla. Otros echan de menos la formación humanística y los fundamentos teóricos de su arte. Otros dicen que sobra la teoría. La mayoría, al cabo de años de esfuerzos, se sublevan contra el desprestigio y las penurias de los artistas en una sociedad que niega el carácter profesional de las artes.

No obstante, las voces más duras de la encuesta fueron contra la escuela, como un espacio donde la pobreza de espíritu corta las alas, y es un escollo para aprender cualquier cosa. Y en especial para las artes. Piensan que ha habido un despilfarro de talentos por la repetición infinita y sin alteraciones de los dogmas académicos, mientras que los mejor dotados sólo pudieron ser grandes y creadores cuando no tuvieron que volver a las aulas. "Se educa de espaldas al arte", han dicho al unísono maestros y alumnos. A éstos les complace sentir que se hicieron solos. Los maestros lo resienten, pero admiten que también ellos lo dirían. Tal vez lo más justo sea decir que todos tienen razón. Pues tanto los maestros como los alumnos, y en última instancia la sociedad entera, son víctimas de un sistema de enseñanza que está muy lejos de la realidad del país.

De modo que antes de pensar en la enseñanza artística, hay que definir lo más pronto posible una política cultural que no hemos tenido nunca. Que obedezca a una concepción moderna de lo que es la cultura, para qué sirve, cuánto cuesta, para quién es, y que se tome en cuenta que la educación artística no es un fin en sí misma, sino un medio para la preservación y fomento de las culturas regionales, cuya circulación natural es de la periferia hacia el centro y de abajo hacia arriba.

No es lo mismo la enseñanza artística que la educación artística. Ésta es una función social, y así como se enseñan las matemáticas o las ciencias, debe enseñarse desde la escuela primaria el aprecio y el goce de las artes y las letras. La enseñanza artística, en cambio, es una carrera especializada para estudiantes con aptitudes y vocaciones específicas, cuyo objetivo es formar artistas y maestros como profesionales del arte.
No hay que esperar a que las vocaciones lleguen: hay que salir a buscarlas. Están en todas partes, más puras cuanto más olvidadas. Son ellas las que sustentan la vida eterna de la música callejera, la pintura primitiva de brocha y sapolín en los palacios municipales, la poesía en carne viva de las cantinas, el torrente incontenible de la cultura popular que es el padre y la madre de todas las artes.

¿Con qué se comen las letras?

Los colombianos, desde siempre, nos hemos visto como un país de letrados. Tal vez a eso se deba que los programas del bachillerato hagan más énfasis en la literatura que en las otras artes. Pero aparte de la memorización cronológica de autores y de obras, a los alumnos no les cultivan el hábito de la lectura, sino que los obligan a leer y a hacer sinopsis escritas de los libros programados. Por todas partes me encuentro con profesionales escaldados por los libros que les obligaron a leer en el colegio con el mismo placer con que se tomaban el aceite de ricino. Para las sinopsis, por desgracia, no tuvieron problemas, porque en los periódicos encontraron anuncios como éste: "Cambio sinopsis de El Quijote por sinopsis de La Odisea". Así es: en Colombia hay un mercado tan próspero y un tráfico tan intenso de resúmenes fotostáticos, que los escritores armamos mejor negocio no escribiendo los libros originales sino escribiendo de una vez las sinopsis para bachilleres. Es este método de enseñanza -y no tanto la televisión y los malos libros-, lo que está acabando con el hábito de la lectura. Estoy de acuerdo en que un buen curso de literatura sólo puede ser una gema para lectores. Pero es imposible que los niños lean una novela, escriban la sinopsis y preparen una exposición reflexiva para el martes siguiente. Sería ideal que un niño dedicara parte de su fin de semana a leer un libro hasta donde pueda y hasta donde le guste -que es la única condición para leer un libro-, pero es criminal, para él mismo y para el libro, que lo lea a la fuerza en sus horas de juego y con la angustia de las otras tareas.

Haría falta -como falta todavía para todas las artes- una franja especial en el bachillerato con clases de literatura que sólo pretendan ser guías inteligentes de lectura y reflexión para formar buenos lectores. Porque formar escritores es otro cantar. Nadie enseña a escribir, salvo los buenos libros, leídos con la aptitud y la vocación alertas. La experiencia de trabajo es lo poco que un escritor consagrado puede transmitir a los aprendices si éstos tienen todavía un mínimo de humildad para creer que alguien puede saber más que ellos. Para eso no haría falta una universidad, sino talleres prácticos y participativos, donde escritores artesanos discutan con los alumnos la carpintería del oficio: cómo se les ocurrieron sus argumentos, cómo imaginaron sus personajes, cómo resolvieron sus problemas técnicos de estructura, de estilo, de tono, que es lo único concreto que a veces puede sacarse en limpio del gran misterio de la creación. El mismo sistema de talleres está ya probado para algunos géneros del periodismo, el cine y la televisión, y en particular para reportajes y guiones. Y sin exámenes ni diplomas ni nada. Que la vida decida quién sirve y quién no sirve, como de todos modos ocurre.

Lo que debe plantearse para Colombia, sin embargo, no es sólo un cambio de forma y de fondo en las escuelas de arte, sino que la educación artística se imparta dentro de un sistema autónomo, que dependa de un organismo propio de la cultura y no del Ministerio de la Educación. Que no esté centralizado, sino al contrario, que sea el coordinador del desarrollo cultural desde las distintas regiones del país, pues cada una de ellas tiene su personalidad cultural, su historia, sus tradiciones, su lenguaje, sus expresiones artísticas propias. Que empiece por educarnos a padres y maestros en la apreciación precoz de las inclinaciones de los niños, y los prepare para una escuela que preserve su curiosidad y su creatividad naturales. Todo esto, desde luego, sin muchas ilusiones. De todos modos, por arte de las artes, los que han de ser ya lo son. Aun si no lo sabrán nunca.

Monday, November 19, 2007

Amigo, Cuánto tienes, ...?


La acumulación de bienes y posesiones materiales representa para muchos nuestra primera opción de vida. “Hay que tener nuestras cosas para mantener una vida decente”, dicen los mayores. Frase prudente y acorde con una intención sana. Sin embargo, el erigir en nuestro corazón el ansia de tener cada vez más deforma esa decencia y anula tanto a la prudencia como a la salud que se busca.

Si bien es cierto que es muy válido preocuparse por la calidad de nuestro paso por este mundo, nuestra vida eterna sobrepasa cualquiera de nuestras metas primarias. Tengo la certeza que en algún punto de nuestra vida, más temprano que tarde, rendimos cuenta de nuestros actos y de las intenciones de nuestro corazón en cada uno de ellos.

Albergo la convicción plena que nuestra vida no se cualifica por el costo de nuestro auto, sino por quienes llevamos; nuestras casas no valen por sus metros cuadrados, sino por las personas que recibimos en ellas; nuestros closets no se valoran por la marcas de las ropas que guardan sino por aquellos que ayudamos a vestir. Nuestro Padre Divino se enorgullece más por la calidad de nuestro trabajo que por la alcurnia de nuestros títulos e, igualmente, Él no mira nuestro color de piel ni el estrato en que habitamos, sino la pureza de nuestro interior.

Tiene razón quien me dijo que “es mejor preocuparse por la vida eterna ya que dura para siempre”.

Sunday, August 19, 2007

LA ULTIMA VIDA DEL GATO

A Propósito de La Última Vida del Gato



Mi amigo y hermano Gustavo García es muy inteligente. Recuerdo con especial afecto una de nuestras conversaciones acerca de la esencia humana y las relaciones interpersonales en los tiempos actuales donde concluyó, en un tono muy desprevenido, algo que con el tiempo he comprobado como una verdad de a puño: ...Si sólo nos dejáramos llevar por el “a nadie le gusta que lo jodan” todo sería más humano.

Recreé la conversación al concluir la lectura de LA ÚLTIMA VIDA DEL GATO, novela o crónica novelada de Mauricio Vargas publicada por Seix Barral, sello editorial del Grupo Planeta. Un interesantísimo y bien diagramado relato acerca de algunas de las cosas ocultas e inimaginables que subyacen más allá de lo que nos informan nuestros medios masivos de comunicación. No voy a contar de qué se trata, sólo voy a limitarme a mencionar que pocas veces había encontrado una trama tan vertiginosa como conmovedora, igualmente plasmada en una puntuación tan envidiable como magistral y con un final digno de las mejores creaciones de Sir Alfred Hitchcock.

No obstante lo que acabo de decir, me niego a reservarme que considero como obligación de las facultades de periodismo del país el incluir la obra de Vargas como altamente recomendada ya que dibuja, con la credibilidad digna de su autor, la rutina del periodista comprometido con su quehacer y los círculos de violencia y corrupción de la Colombia actual. Lamento concluir diciendo que lo expresado en el primer párrafo sólo será comprendido por quienes han leído el libro.


Esta novela y alrededor de 7.000 libros más se encuentran disponibles al público en la bibloteca del Colombo Americano.




Sunday, July 08, 2007

UNA INVITACION AL CINE




En su primera obra, El Miedo a la Libertad (1941), el alemán Erick Fromm introdujo su tesis acerca de la enajenación y el aislamiento del ser humano a partir del desarrollo de los medios de comunicación y la consolidación de un concepto apenas imaginable en ese tiempo: la aldea global. Casi siete décadas después nos es imposible concebir al mundo y a la vida ajenos a los cada vez más ultra desarrollados sistemas electrónicos de comunicación.

La evocación de esa lectura vino a raíz de un filme que hace poco tuve la oportunidad de disfrutar en familia: La Historia del Camello que Llora, un documental que por estos días presenta la Cinemateca del Caribe.

Ignoro como sería un estilo de vida sin la TV, el teléfono, la internet y cada una de las herramientas que nos conectan en cuestión de segundos con cualquier lugar del mundo. Encontré un acercamiento a ello en las imágenes de una familia nómada conformada por cuatro generaciones que convive en su carpa unida en torno al trabajo y a la supervivencia en medio de las inclemencias del desierto de Gobi en el sur de Mongolia. Un mundo donde niños menores de doce años transitan solos grandes distancias en el desierto y los mayores transmiten oralmente la sabiduría heredada. La preocupación y la unión de un grupo familiar en torno a la búsqueda soluciones de problemas que en nuestra óptica resultarían insignificantes como el hecho de una camello que se rehúsa amantar a su cría.

En fin de cuentas una propuesta distinta y una estupenda oportunidad de apreciar en familia lo que los abuelos se gozaron. Una verdadera lección de convivencia y aprecio de las cosas pequeñas que son las que en esencia le dan sentido a nuestro trasegar en el mundo
.


La cinemateca está ubicada en la sede de Combarranquilla de la carrera 43. Me permito sugerirte que veas esta película. Vale la pena.